Cuenten a los niños la verdad —tell the children the truth— es una línea de Bob Marley que cuando la escucho me veo sentado en un banco de la escuela mientras la maestra de turno me adoctrina sobre lo bárbaros que eran los indígenas que dio la tierra donde crecería la bicentenaria República Oriental del Uruguay.
Publicado el: 11 de abril de 2011 a las 10:38 Por: Tato López
Esta sorpresa del bicentenario podría servir para desmorrugar algo de historia. Algo así como un instante de introspección colectiva.
Hoy, 11 de abril, es el 180 aniversario de Salsipuedes, masacre que no tuvo Guernica, Museo del Holocausto ni Familiares de Desaparecidos. Sí hay una casi clandestina conmemoración del Día Nacional del Charrúa y de la Identidad Indígena, que es un inicio que habría que profundizar hasta el feriado nacional. Aquello no fue genocidio ni etnocidio. Puro olvidicidio, nomás.
En el otoño de 1831, el general Rivera, don Frutos para los cercanos, flamante presi de la emergente patria, apenitas aflojó el calor del verano convocó a sus amigos los indios —que tanto habían peleado a su lado— a una reunión en el paraje de Salsipuedes, ahí cerquita del pintoresco San Gregorio de Polanco.
Me lo imagino contándoles a sus amigotes de la fortificada Montevideo, que lo habían puesto al frente del gobierno, cuáles eran sus intenciones: A los indios les voy a hacer una oferta que no podrán rechazar. La traición, según la maestra, no era tan mala porque, parece, los indios eran ignorantes, inadaptados y salvajes.
Me resulta raro que la Madre Tierra fuera capaz de equivocarse tan feo. ¿No será que, luego de tres siglos de invasores codiciosos protegidos por la cruz y la pólvora, los pueblos nativos eran una población violentada, pauperizada, dividida y desculturizada?. Esa población me hace acordar a los pibes chorros del siglo XXI que, herederos de cantegril, falopa y exclusión, son los Robin Hood de la desintegración social. Resuelven como pueden. ¿Resuelven?.
En aquella lejana época nadie pensó en bajar la edad de imputabilidad. Hoy, seguridad, tradición y familia mediante, gracias a Dios sí hay quien lo haga. Y si no funciona, podemos establecer zonas de exclusión y corretear pa los rancheríos a los que molesten —años atrás en la capital ya pasó—.
También podemos seguir bajando la edad de imputabilidad hasta llegar a… ¿ocho años te parece bien? Si no funciona, podríamos probar con la silla eléctrica. Unos comanditos paramilitares cazaniños como en Brasil no estarían de más. Y de última… ta, yo sé que queda feo, pero… ¿y si hacemos la de don Frutos?.
Vergüenza me da que la cultura del país donde nací y decidí vivir no salga del olvidicidio. ¿No deberíamos sacar a luz ante el mundo nuestro exterminio como forma de evitar que tomando otras formas se repita en otros lugares?. Dentro de 180 años es posible que no interese mucho que haya existido algo llamado Palestina o cultura tibetana. Política imperial la llaman.
Indignación me produce que quien se crió en cuna de oro rodeado de privilegios inicie un civilizado Salsipuedes juntando firmas contra los que nacieron condenados en cuna de hambre y cartón. ¿Será un problema genético o de cunas y oportunidades? Política sin escrúpulos la llamo.
Me Imagino que nuestros indígenas, como buenos hijos de la Pachamama, no conocían el infierno. Solo el cielo. Que todos juntos vivían el presente. Que no había países ni motivos por los cuales matar. Me Imagino que no había religiones ni posesiones. Que compartían la vida en paz. Te Imagino estremecido escuchando la eternamente universal Imagine de John Lennon. ¿Y la realidad del etnocidio y los pibes chorros no estremece a nadie?.
Hace un siglo la sociedad inició el camino de inclusión de la mujer, la cual vivía a la sombra del supermacho. Hubo idas y venidas. No fue fácil para nadie. Hoy tenemos a Cristina Kirchner y Dilma Rousseff presidiendo a más de doscientos millones de personas. En los años sesenta empezó la batalla por incluir a los primero esclavizados y luego marginados afrodescendientes. Confinados a sus guetos por el gran hombre blanco, no tenían derecho a sentarse en los ómnibus ni a caminar por las veredas.
Hoy el panorama es otro. Y hace cinco años, en nuestra sociedad, empezó el largo camino de inclusión de los que por un motivo u otro nacen en la miseria, crecen sin educación, sobreviven con la botella y la lata en la mano y mueren sin pasado. El camino es largo. Por el momento parece que la molestia, el miedo y la desconfianza son mutuos. ¿Qué hacemos? ¿No vamos a cumplir con nuestro papel en el devenir social? Hoy, investigación de expertos mediante, sabemos que antes de que llegara el invasor los nativos de nuestra tierra formaban familia y convivían en relativa paz con sus vecinos. Respetaban la vida. Según la época del año vivían en distintos lugares. La palabra era cosa sagrada. Hacían música, utensilios, cazaban, cultivaban la tierra, cuidaban a sus muertos y… Ellos eso. ¿Y nosotros? ¿Vamos a buscar la verdad para contársela a nuestros niños? ¿Vamos a acorralar más a los ya acorralados?
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