El Gore no es un género cinematográfico fácil. Peor aún, es difícil incluso llamarlo un género. No obstante, muchas veces uno tiende a obviar ciertas preguntas que estilan en tales realizaciones, por el solo hecho de ser desagradables. ¿Qué esconde, después de todo, el cine gore?.
Por Bárbarus
Lo digo de entrada: me considero un seguidor del cine Gore, así que las probabilidades de que esta columna tenga una intención de defender el género son muy altas. La historia del cine nos dice que el Gore es uno de esos “géneros” que se destacan más por una capacidad de transgredir gratuitamente las barreras del “buen gusto”, que por un asunto de validez artística. Es por tanto un género bastardo, huérfano, y rechazado como tal. ¿Pero qué es lo que tiene el cine Gore que es capaz de generar fanatismo? ¿Cómo es posible que el “splatter” duro y mordaz pueda generar sentimientos de efervescencia en sectores reducidos de los espectadores? ¿Qué hay de atractivo en ver cuerpos humanos rompiéndose en una orgía maravillosa de sangre?
Todos somos morbosos, y quién diga que no lo es, simplemente reniega de su condición cultural; solo el más solitario de los ermitaños es capaz de no sentir morbo. El Gore juega con esta propiedad, exagerando la capacidad del espectador de sentir morbo, al servirle en bandeja el cuerpo humano en su forma orgánica más in-humana posible, cuando ya no somos más que tejido, huesos, órganos y sangre.
Al ver el cuerpo desmembrado de un prójimo en pantalla estamos des-cubriéndolo, más allá de lo que él jamás va a poder hacer. Es la otra cara del terror: al revés de “la amenaza desconocida-por-conocer”, que ha sido la máxima de las formas artísticas para representar el suspenso, en las películas Gore el terror nos golpea en la cara, la amenaza se presenta de frentón y la conocemos en su faceta más terrible: cómo es capaz de reducir al cuerpo humano a su esencia. Así la película nos interpela: “son nada más que materia y la conciencia es un invento frágil”.
Por lo mismo es que es tan difícil hacer una buena película Gore, ya que para un cineasta es complejo hacerse cargo de forma efectiva del desarme de la materialidad del cuerpo, sin caer en sencilleces burdas: hacer más gratuito lo aparentemente gratuito sí que es una tarea fácil. Es por esto mismo que las mejores representantes del Gore son aquellas películas que se han hecho cargo de este problema, ya sea realizando un burla consciente de los códigos del género (los primeros trabajos de Sam Raimi y Peter Jackson), cuyo rasgo de comedia negra no hace sino satirizar las conductas humanas, o los films que construyen una alegoría entre el desmembramiento del cuerpo como símbolo de la degeneración del cuerpo social, como tan magistralmente revela George Romero en su “Dawn of the Dead”, dónde los protagonistas se ven enfrentados a zombies cuya única función es deambular por los pasillos de un mall, sin consciencia de su lugar en el espacio, con el objetivo de saciar su “hambre” de carne humana; vemos el umbral crítico del sujeto productivo. Las preguntas que propone el cine Gore no dejan de contener ribetes existencialistas.
Me amparo entonces en enunciados filosóficos para defender el género. Por otro lado, es posible esgrimir otro argumento para revalidarlo, pero desde otra dimensión, la de la realización cinematográfica. Ya que el Gore es un tipo de cine estigmatizado por la crítica y el público, que no genera ganancias y que por lo tanto es difícil de financiar, la gran mayoría de los cineastas que se embarcan en la aventura de producir una cinta de estas características, lo hace movilizado solamente por la pasión. Por lo tanto, las películas Gore tienen este tufillo a fanatismo, que es propio de las realizaciones enmarcadas en un “cine de género”. El que hace cine Gore es devoto del género, de sus fanáticos, y de nadie más; no le preocupa (por lo general) ni la crítica, ni la taquilla, ni un lugar en la historia “oficial” del cine. El Gore es un cine sincero, con una capacidad mortal de representar los miedos sociales: una increíble película sobre la tortura y el encierro como Martyrs no podría haber sido construida, con las preguntas y conflictos que propone en un nivel tanto metafísico como real, de no ser por Josef Fritzl. Los límites de la conducta humana son los límites de la representación que conforman los códigos del cine Gore.
Comento, a modo de cierre: hace un tiempo leí en “The Village Voice” el relato de un soldado estadounidense en Irak que comentaba que la película favorita de las tropas en Hostal. ¿Cómo es posible que seres humanos que se ven cara a cara con la muerte todos los días de su vida (más encima por razones políticas completamente estúpidas) puedan gustar de películas que les muestran lo mismo, pero en código de ficción? El soldado argumentaba lo siguiente: “[en el campo de batalla] no puedes mostrar ninguna emoción, no puedes gritar, no puedes estar asustado. Pero las imágenes se guardan en tu memoria. Y cuando [los soldados] se sientan y ven Hostal, a ellos no solo se les permite asustarse, sino que se les anima a que se asusten. Y todos esos sentimientos reflotan”.
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